Conduje por el suelo empedrado de las calles sin un destino concreto, simplemente sintiendo el viento sobre la escasa piel del cuello que dejaba al descubierto mi casco integral. Muchas cosas habían cambiado desde aquel fatídico momento, aún me transformaba, por la mera razón de saber que todo aquello fue real y, desgraciadamente, cada vez que sentía la ligera punzada en el pecho ya tan familiar la verdad volvía a mi mente, como un bucle incesante que simplemente quisiera reírse de mi agonía.

No había sufrido más en toda mi vida, como líder debía ocuparme de que todas las sirenas estuvieran a salvo y de las relaciones con las demás razas. Pero no me quejaba, era algo que había aceptado por voluntad propia y que tendría que soportar. De pronto una luz me cegó, de todas formas paré un momento a un lado de la carretera y dirigí mi mirada hacia el foco de luz. Provenía de la taberna, tampoco tenía nada más que hacer y tras meditarlo durante escaso rato volví a aferrar el manillar de mi moto y conduje hacia allí. Aparqué en un hueco lo suficientemente grande y bajé, quitándome el casco y revolviendo mi pelo para que volviese a su sitio. Guardé el casco en el asiento de mi moto y empecé a caminar hacia la puerta, llevaba una cazadora negra y unos vaqueros cortos, conjuntados con unas botas altas negras y una camiseta básica de tirantes, más normal no podía ir vestida, pero tampoco era algo que me quitara el sueño.

Nada más entrar en el local un golpe de aire con olor a humo y alcohol me llegó inconfundiblemente. Enarqué una ceja y lo pasé por alto caminando hasta la barra donde cogí sitio y miré al camarero.

-Vodka negro, por favor -pedí sin más, simplemente quería estar un rato tranquila y, aunque pareciera mentira, aquel era el lugar justo.